Hace ya algunas décadas que sabemos que le tejido graso es un órgano endocrino que secreta muchos factores con acciones biológicas en todo el organismo llamadas adipoquinas. Algunas de las conocidas es la leptina, una hormona clave en la regulación del apetito.
A menos grasa corporal tengamos menos leptina secretaremos, por lo que se producirá un aumento del hambre. Si nos sometemos a dietas muy estrictas, o si perdemos mucha grasa corporal, el aumento del hambre será enorme, sobre todo cuando bajemos del 8%-9% de grasa en hombres y del 17-%18% de grasa en mujeres. Este aumento del hambre permanecerá hasta que recuperemos un porcentaje graso más normalizado. Este es uno de los mecanismos implicados (entre otros) en el famoso “efecto rebote” que ocurre tras dietas estrictas.
Además, si la dieta ha sido nefasta y se ha perdido demasiada masa muscular, este aumento del apetito puede permanecer hasta que recuperes el tejido muscular previo a la dieta, lo cual, para que esto ocurra, la ganancia de grasa será aún mayor a la grasa previa que el sujeto tenía antes de la dieta. Se conoce como “teoría del proteinostato”, y hablo de ello en mi libro “Réquiem por una pirámide”.
Por otro lado, estudios recientes muestran como es necesario cierto porcentaje graso para que haya ganancia de masa muscular y fuerza. Esto implica que, cuando nuestro porcentaje graso es excesivamente bajo, por ejemplo tras competiciones fitness, lo primero que vamos a recuperar será grasa hasta niveles óptimos. Tras ello habrá ganancia de masa muscular.
De hecho, un estudio reciente (Marcus et al 2022) muestra como la leptina emitida por el tejido adiposo, es clave para el desarrollo de la masa muscular y la fuerza, aunque de momento el estudio es sólo en ratones y no sabemos si esto ocurrirá en humanos. La leptina activaba la vía mTOR en el músculo aumentando así la síntesis proteica. Otras adipoquinas como la visfatina, la adiponectina o la quemerina también pueden tener un rol clave en el tejido muscular al promover la miogénesis.