La respuesta a esta pregunta es rotundamente SÍ. Los matices son el cómo y el cuándo (hablaré más delante sobre ello). Pero sí, los niños deben entrenar fuerza.
Desde el estudio de Kraemer en 1989 y con numerosos estudios posteriores, sabemos que el entrenamiento de fuerza es un método seguro, efectivo y preciso para mejorar las capacidades físicas, mentales, neurodesarrollo y la salud de los niños y adolescentes. Lejos quedan los falsos argumentos de que entrenar fuerza impide el desarrollo físico o el crecimiento de los niños, cuando es justo lo contrario, lo mejora. El problema es que generalmente no se sabe qué es entrenar fuerza.
De hecho, la realización de entrenamiento de fuerza en la edad temprana puede condicionar la salud futura del sujeto. Es más, el entrenamiento de fuerza puede incluso modular epigenéticamente ciertos factores del bebé cuando aún está en el vientre de la madre y que pueden condicionar, positiva o negativamente, su desarrollo. De ahí la importancia del entrenamiento de fuerza de la madre durante el embarazo.
Los estudios nos muestran que los niños que no mejoran su fuerza muscular y el dominio de las habilidades motoras pueden no desarrollar las destrezas y habilidades necesarias que les permitan participar en actividades y deportes con confianza y vigor más adelante en la vida (Faigenbaum et al 2013).
Autores como Fraser et al 2016 encontraron que los niños que tenían una mejor aptitud muscular (fuerza de agarre) en la niñez tenían menos riesgo de sufrir síndrome metabólico y patologías asociadas a él en la edad adulta.
Una baja fuerza se asocia con peor rendimiento cognitivo y peor neurodesarrollo. El ejercicio en sí, incluido el entrenamiento de fuerza, es clave para un desarrollo cognitivo óptimo. Un nuevo paradigma en la educación debe prevalecer. El ejercicio no es negociable en niños. La baja fuerza de agarre, se relaciona con peores resultados académicos generalmente.
Además, una baja funcionalidad muscular está asociado con un aumento de sufrir demencia, pérdidas de memoria y peores resultados cognitivos en la edad adulta y en ancianos (Duchowny et al 2022).
