
En este artículo quiero hablarte de un tema que cada vez preocupa más, tanto a nivel clínico como social: la obesidad tipo 1. A menudo la reducimos a una simple cuestión de “comer más de lo que gastas”, pero la realidad es mucho más compleja. La obesidad, y especialmente la tipo 1, es una condición crónica, multifactorial y profundamente influida por el entorno, la genética y nuestro estado psicológico. Si quieres profundizar en qué significa realmente la obesidad y cómo abordarla de forma profesional, pincha aquí
Después de muchos años estudiando este tema, y tras una charla reciente con el especialista Walter Suárez —con quien comparto visión y experiencia clínica— creo que es necesario poner orden a todo lo que se dice y se cree sobre esta forma de obesidad. Vamos a verlo punto por punto.
¿Qué es la obesidad tipo 1?
La llamada obesidad tipo 1 se refiere a esa condición en la que el exceso de grasa corporal, especialmente mal distribuida (visceral, hepática, etc.), se cronifica desde edades tempranas o se mantiene de forma persistente durante años. No hablamos aquí de un simple aumento puntual de peso por una época difícil o por estrés, sino de una alteración sostenida y recidivante del tejido adiposo.
Esta forma de obesidad está reconocida por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad crónica, porque no solo aumenta el riesgo de otras patologías —como diabetes tipo 2, enfermedad cardiovascular o apnea del sueño—, sino que además es muy difícil de revertir sin intervención específica y profunda.
Síntomas de la obesidad tipo 1
La obesidad tipo 1 no siempre se manifiesta igual en todas las personas, pero hay ciertos signos clínicos y funcionales que suelen estar presentes:
- Aumento progresivo y sostenido del peso corporal, especialmente a nivel abdominal.
- Dificultad para perder peso pese a intentos previos con dieta o ejercicio.
- Fatiga constante y menor tolerancia al esfuerzo físico.
- Alteraciones del sueño (como apnea obstructiva).
- Alteraciones hormonales (resistencia a la leptina, hiperinsulinemia).
- Disfunciones metabólicas (resistencia a la insulina, dislipemia, hipertensión).
- Problemas articulares por exceso de carga (rodillas, caderas, columna).
Además de los síntomas físicos, no debemos olvidar el impacto psicológico: ansiedad, frustración, baja autoestima y, en muchos casos, aislamiento social por el estigma que todavía arrastra esta enfermedad.
Causas de la obesidad tipo 1: mucho más que comer de más
Uno de los errores más extendidos es creer que la obesidad es simplemente el resultado de “comer más de lo que se gasta”. Esta visión reduccionista ignora que la ecuación energética es el resultado final de una compleja interacción entre biología, psicología y entorno.
Algunas de las causas más relevantes de la obesidad tipo 1 son:
- Predisposición genética: hay personas que desde la infancia tienen mayor facilidad para acumular grasa, sobre todo visceral, debido a cómo su organismo gestiona el apetito, el gasto energético o la respuesta hormonal.
- Ambiente obesogénico: vivimos en una sociedad donde moverse poco y comer alimentos ultraprocesados es la norma. Esto favorece que, incluso con una genética “media”, aparezca obesidad.
- Estrés crónico y salud mental: muchos cuadros de obesidad tipo 1 se desencadenan tras momentos de estrés intenso, duelos, rupturas o ansiedad mantenida. La comida pasa a ser una vía de regulación emocional.
- Disfunción del tejido adiposo: no todo es la cantidad de grasa, sino dónde y cómo se acumula. La grasa visceral, hepática o intrapancreática tiene efectos inflamatorios y hormonales que perpetúan la enfermedad.
- Factores sociales y económicos: vivir en contextos de pobreza, con menos acceso a alimentos saludables, espacios seguros para moverse o atención sanitaria de calidad, también aumenta el riesgo.
Como ves, no hablamos de “falta de voluntad”, sino de una condición que muchas veces se escapa del control voluntario.
La obesidad y el colesterol: una relación peligrosa
Una de las consecuencias más frecuentes de la obesidad tipo 1 es la alteración del perfil lipídico. No es raro encontrar pacientes con obesidad que además presentan:
- Colesterol LDL elevado
- Triglicéridos altos
- Colesterol HDL bajo
Esto ocurre principalmente por el aumento de grasa visceral e intrahepática, que altera el metabolismo de los lípidos y favorece la inflamación sistémica. Además, la resistencia a la insulina y el hígado graso (esteatosis hepática) agravan aún más este desequilibrio.
Por tanto, el tratamiento de la obesidad tipo 1 debe tener en cuenta también los parámetros lipídicos, y no solo el peso en sí mismo.
Dieta para obesidad y colesterol: ¿Cómo debe ser?
Aquí quiero ser claro: no hay una única dieta perfecta para la obesidad tipo 1, pero sí hay principios que funcionan. Y no, no se trata de eliminar grupos enteros de alimentos o hacer restricciones extremas. Lo más importante es que la dieta:
- Reduzca el exceso calórico, especialmente proveniente de alimentos ultraprocesados, ricos en azúcares, harinas refinadas y grasas de mala calidad.
- Favorezca la pérdida de grasa visceral y hepática, ya que eso impacta directamente en la mejora metabólica.
- Tenga una alta densidad nutricional, rica en vegetales, frutas, legumbres, pescados, huevos y aceite de oliva virgen extra.
- Incluya proteína suficiente para proteger la masa muscular durante el proceso de pérdida de grasa.
- Evite picos de glucosa, con una distribución adecuada de carbohidratos complejos y combinaciones correctas en cada comida.
- Sea sostenible a largo plazo, porque la clave no es perder peso rápido, sino mantenerlo y recuperar el control metabólico.
En muchos casos, también se recomienda la restricción calórica moderada bajo supervisión profesional, y si hay alteraciones lipídicas importantes, una dieta tipo mediterránea baja en índice glucémico puede ser especialmente útil.
Prevención y tratamiento de la obesidad tipo 1
La prevención más eficaz no es poner el foco en el peso, sino en la creación de hábitos saludables desde la infancia. Promover el ejercicio regular, una alimentación rica en alimentos reales, un descanso de calidad y una buena salud emocional es lo que verdaderamente marca la diferencia.
En cuanto al tratamiento de la obesidad tipo 1, debe ser multidisciplinar e individualizado:
- Nutrición personalizada, adaptada al contexto del paciente.
- Ejercicio físico estructurado, priorizando fuerza + cardiovascular.
- Atención psicológica, para trabajar la relación con la comida, la motivación y el entorno emocional.
- Fármacos o cirugía, cuando el caso lo requiera, siempre como apoyo a los cambios de hábitos, no como única solución.
En mi experiencia clínica, el mayor reto no es perder peso, sino mantener la pérdida. Y para eso no basta con una dieta: hace falta trabajar el contexto, los hábitos, la mentalidad y el entorno del paciente.
Conclusión
La obesidad tipo 1 no es una cuestión de fuerza de voluntad ni de estética. Es una enfermedad crónica, compleja y con múltiples causas que requiere un abordaje profesional, empático y realista. El peso es solo un síntoma de algo mucho más profundo.
Por eso, si estás en esta situación o trabajas con personas que la padecen, te animo a salir del reduccionismo de “comer menos y moverse más” y entender realmente todo lo que hay detrás. Solo así podremos abordar esta epidemia con eficacia y respeto.
Este artículo ha sido redactado por el equipo de Ismael Galancho Partners.