Los atletas de resistencia tienen todos una cosa en común: saben que gran parte de su rendimiento depende de sus mitocondrias. Por tanto, mejorar en todos los sentidos la funcionalidad mitocondrial es clave.
La calidad y tipo de entrenamiento, así como la nutrición impactan en las mitocondrias. Diversas estrategias son empleadas para intentar mejorar las mitocondrias como por ejemplo entrenar en altitud. La práctica de entrenar en altitud surgió después de los Juegos Olímpicos de 1968, que se llevaron a cabo en la Ciudad de México a una altitud de alrededor de 2.300 metros y continúa en la actualidad (Anthoy Kings 2021).
Entrenar en altitud puede aumentar el volumen de la sangre y el recuento de glóbulos rojos, lo cual permite que los músculos obtengan el oxígeno que necesitan y estimular la densidad mitocondrial hasta un 8% en un mes (Jacobs et al 2016).
Sin embargo, cree que otra forma de estrés físico podría ser incluso más eficaz. Parece que el entrenamiento con calor podría tener mayores efectos que el entrenamiento en altitud incluso, aunque no está del todo claro. El calor es un estrés clave durante las competiciones de resistencia y las temperaturas más altas afectan el rendimiento. La velocidad de carrera en los maratones de élite disminuye a medida que la temperatura ambiente sube por encima de los 12° C.
Según un reciente artículo publicado en Nature Sport Science, se cree que entrenar en calor hace que los atletas produzcan proteínas de choque térmico (HSP). Se sabe que varias HSP están involucradas en las adaptaciones al entrenamiento de resistencia y algunas, como la HSP72, fomentan la síntesis de nuevas mitocondrias. Algunos investigadores están trabajando en este campo, como por ejemplo Carsten Lundby, que planea llevar a algunos de los ciclistas que han sido sometidos a entrenamientos en calor a los Alpes suizos para entrenar en altitud y así poder comparar los resultados (Anthoy Kings 2021).