La autofagia, de forma muy simple y resumida, es un proceso celular donde mediante diferentes mecanismos, degradamos proteínas u organelos disfuncionales y aberrantes para mantener “limpias” nuestras células, ya que la acumulación de esa “basura” celular, podría ser perjudicial a largo plazo.
Cada vez que se habla del ayuno, se menciona a la autofagia, estableciendo así una relación directa y exclusiva entre ayuno y autofagia. Aunque es cierto que el ayuno prolongado aumenta la autofagia, ni de lejos es el único mecanismo para ello, ni seguramente el mejor y/o más efectiva.
De hecho, sin ir más lejos, el ejercicio físico es una potente herramienta para elevar la autofagia por ejemplo, más interesante que el ayuno quizás, sin estar reñidas ambas cosas por supuesto. De hecho, el ejercicio puede aumentar la autofagia de manera significativa incluso cuando hemos comido.
Además, la restricción calórica, ya de por si aumenta la autofagia, independientemente de que haya un protocolo de ayuno intermitente o no (Bagherniya et al 2018). Por tanto, la propia restricción de energía, mediada por un déficit calórico continuo, es un activador de la autofagia (Mehrabani et al 2020). De hecho, seguramente cuando hablamos de ayuno intermitente de corta duración, (entre 14- 16 horas), la reducción en la ingesta calórica total es el principal mediador en esa autofagia aumentada sumada a las horas de ayuno evidentemente (Escobar et al 2019).
La evidencia muestra sin duda alguna que la restricción calórica simplemente (bien estableciendo protocolos de ayuno o sin ellos) induce una fuerte respuesta de autofagia en varios tejidos metabólicos (Chung et al 2019).
Para saber más sobre autofagia, ejercicio y restricción energética os recomiendo mi libro “Quema tu dieta” donde le dedico un capítulo. Además, estoy escribiendo un extenso artículo sobre todo lo que dice la ciencia actual sobre la autofagia y lo subiré a mi Zona Premium.