Existe evidencia que sugiere que las estrategias que reducen la síntesis de proteínas (inhibición mTORC1, restricción calórica, ayuno, etc.) aumentan la esperanza de vida y, como tal, son prometedoras como terapias que promueven la longevidad. Esto no es nada nuevo. Mi primer artículo sobre este tema fue en 2016. En otros artículos ya he hablado de restricción calórica y longevidad. Pero, en este me voy a centrar en restricción de proteína en la dieta y longevidad.

¿Cómo la reducción de la síntesis de proteínas podría promover la longevidad?

Si bien no está del todo claro cómo la reducción de la síntesis de proteínas podría promover la longevidad, se han propuesto varias posibilidades. La teoría más factible (Basisty et al 2018) es que la reducción de proteína favorece el recambio proteico celular (autofagia, renovación de proteína, etc.). De acuerdo con esa noción, se ha visto como individuos con mutaciones que conducen a bajos niveles de síntesis proteica han reducido las tasas de cáncer y diabetes (Guevara-Aguirre et al., 2011; Shevah y Laron, 2007). Por tanto, surge la hipótesis de si reducir la ingesta de proteína en la dieta puede aumentar la longevidad.

Pero, ¿es correcta la hipótesis “reducir la ingesta de proteína aumenta longevidad”?

La ingesta reducida de proteínas en la dieta tiende a reducir el envejecimiento y a aumentar la esperanza de vida en ratones, presumiblemente porque regulan a la baja la señalización del IGF-1/mTorc1 que actúa como marcador para el envejecimiento y promueve la inducción del cáncer. Paradójicamente, IGF-1 y mTOR son claves para el mantenimiento de la masa muscular.

La mayoría de los estudios hechos en este sentido están hechos en ratones. Los ratones tienen una tasa de gasto de energía por unidad de masa corporal que es siete veces mayor que la de los humanos. Debido a ese elevado metabolismo, los ratones tienen un daño oxidativo, lo que ayuda a explicar su vínculo con la longevidad. Sin embargo, la baja tasa metabólica de los humanos significa menos estrés oxidativo y una mejor capacidad para mantener el equilibrio celular en comparación con los ratones. Por eso, los ratones responden mejor a la restricción de alimento y/o proteínas.

¿Y en estudios en humanos?

En humanos hay poco (por no decir prácticamente nada). De evidencia científica, más allá de estudios epidemiológicos o revisiones narrativas mecanicistas. Un análisis de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (NHANES) reveló que la ingesta relativamente baja de proteínas entre los 50-65 años está asociada con un menor riesgo de mortalidad, cáncer y diabetes (Levine et al., 2014).

Sin embargo, en los mayores de 65 años, esta baja ingesta de proteínas se asoció con un mayor riesgo de mortalidad global y relacionada con el cáncer. De hecho, las personas mayores de 65 años que consumieron una dieta rica en proteínas tuvieron una reducción del 28% en la mortalidad por todas las causas y una reducción del 60% en la mortalidad por cáncer (Brandhorst et al 2019). Esto concuerda con la epidemiología que correlaciona la ingesta relativamente alta de proteínas con menor riesgo de pérdida de masa magra, densidad ósea en los ancianos y mejores resultados en salud (Rafii et al 2014; Bauer et al 2013).

Por otro lado, y a la contra de la hipótesis comentada, son bastantes los estudios, ensayos clínicos y metaanálisis que concluyen que una ingesta algo más elevada en proteína mejora la pérdida de peso, pérdida de grasa, masa muscular, diabetes, triglicéridos, colesterol, glucemia, etc. (Brandhorst et al 2019).

Pero, entonces, ¿en qué quedamos?

Algunos autores calculan que restringir proteínas podría aumentar la longevidad unos 3 años. Sin embargo, una baja ingesta de proteínas se asocia con sarcopenia y deterioro de funciones metabólicas aumentando el riesgo de muerte prematura. ¿Lo comido por lo servido? Por otro lado, no está claro si ese aumento de la esperanza de vida se debe a la restricción de proteínas o a la restricción energética que conlleva. Además, incluso si se aumentara la esperanza de vida, ¿valdría la pena la reducción de la calidad de vida temprana para vivir unos 2-3 años más? Son cuestiones debatibles y que no tienen una respuesta concreta.

Por otro lado, la restricción de proteína podría tener otras consecuencias negativas para la salud, como, por ejemplo, afectar negativamente al sistema inmunológico o a la cicatrización de heridas (Brandhorst et al 2019). Por otro lado, una mayor ingesta de proteínas puede mejorar la capacidad antioxidante endógena, sobre todo por reponer niveles de cisteína (aminoácido limitante en la síntesis de glutation). Este es el mecanismo por el cuál la whey protein ha mostrado importantes efectos antioxidantes (Bumrungpert et al 2019; Derosa et al 2020).

Realmente, a día de hoy, no hay evidencia de calidad que determine que la restricción de ningún macronutriente aumente la longevidad en humanos (Lee et al 2021). Habrá que esperar a investigaciones futuras.

Salud VS Longevidad

Además, pocos estudios han tenido en cuenta la fuerza muscular, el tamaño y la capacidad funcional al considerar mejoras en la vida útil. Como tal, a menudo se pasa por alto el contexto fisiológico, es decir, salud VS esperanza de vida. Una cosa es añadir años al a vida y otra es añadir vida a los años.

Algunos estudios muestran como reducir la síntesis proteica puede llevar a peor masa muscular, sarcopenia, kratopenia, osteopenia, etc. (Drummond et al 2009; Dickinson et al 2011) disminuyendo la calidad de vida, sobre todo en sujetos ancianos. McCarty et al 2015, comenta que quizás haya un punto de inflexión, un momento en la vida en que la sarcopenia, la osteoporosis, la fragilidad y todas las comorbilidades asociadas representan un riesgo creciente para la salud y la supervivencia, y, por tanto, los efectos anabólicos de la restricción proteica son contraproducentes.

Por último, no sólo es que haya poca evidencia de calidad sobre este tema en humanos, sino que además obvia el contexto de sujetos deportistas o físicamente activos, los cuáles tienen una tasa de recambio proteico superior a la población sedentaria. Esto implica mayor uso de aminoácidos para regenerar estructuras.

Entonces, ¿también aquí tenemos que atender a contextos? Lo vemos en el próximo artículo.

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