El ejercicio es la medicina perfecta. Es gratuito, tiene efectos secundarios mínimos y ofrece innumerables beneficios físicos y mentales. Si las grandes compañías farmacéuticas pudieran convertirlo en un producto y venderlo, pensaríamos que sería un éxito de ventas.
sin embargo, está fracasando miserablemente como medicamento. Pero no porque no funcione. Funciona bien, más que bien. Y no es que el ejercicio tenga un mal material publicitario. El marketing ha sido incesante. Durante décadas las autoridades sanitarias han promovido el ejercicio.
Pero las encuestas muestran que la mayoría de las personas no hacen ejercicio de manera constante, e incluso si lo hacen, no llegan ni de lejos a los 150 minutos semanales recomendados de ejercicio moderado. Incluso quienes empiezan a hacer ejercicio rara vez lo mantienen. El término para esto es «adherencia», y la adherencia a los programas de ejercicio es baja. La mayoría de las personas dejan de hacerlo en seis meses, solo para repetir el ciclo de comenzar y dejar una y otra vez, y la mayoría de ellos finalmente lo dejan para siempre. Una medicina perfecta no es útilmente perfecta si las personas no la toman, y el ejercicio es una medicina que las personas se niegan a tomar.
Entonces, ¿cuál es el problema? Muchos insinúan que las personas son perezosas o carecen de disciplina. Si bien eso puede ser cierto, el verdadero problema radica en la idea misma del ejercicio. Los humanos no evolucionamos para hacer ejercicio, evolucionamos para movernos. Y esa distinción es importante.
Nuestros antepasados vivían en un mundo en el que la supervivencia requería un movimiento constante. Cazaban, migraban, escapaban de los depredadores y buscaban comida y agua. La actividad física era inevitable, pero nunca se hacía sin un propósito. La energía era preciosa y provenía de las calorías, que no siempre eran fáciles de encontrar. Pero no se trataba de hacer ejercicio por sí mismo. ¿Por qué no se celebraban triatlones y carreras? Porque habrían parecido una locura. Desperdiciar energía con fines frívolos podía ser fatal en un mundo en el que las comidas y las calorías se consumían de forma impredecible, a veces con grandes intervalos entre ellas. Las personas que conservaban energía tenían más probabilidades de sobrevivir y transmitir sus genes, mientras que quienes no lo hacían a menudo no lo conseguían. Con el tiempo, esto dio forma a una profunda aversión biológica al esfuerzo innecesario.
Descendemos de ancestros humanos que hacían lo justo para sobrevivir. La evolución recompensaba la eficiencia, no el exceso. Esa es una de las razones más importantes por las que la idea moderna del ejercicio (quemar energía sin necesidad inmediata) nos resulta antinatural a muchos de nosotros. Nosotros evolucionamos para hacer exactamente lo contrario.
Al haber evolucionado para evitar el ejercicio innecesario, hemos eliminado la mayor parte del movimiento de nuestras vidas. Los automóviles, los ascensores y otras comodidades han eliminado la necesidad de realizar gran parte de las actividades (normalmente los escalones, no las carreras de 10 km) que antes llenaban nuestros días. Las tareas que antes exigían esfuerzo ahora no requieren casi nada. El ejercicio se convierte en un añadido forzado e indeseable a las rutinas, y la evolución nos grita que no lo hagamos.
No es de extrañar que la adherencia sea tan baja. Sorprendernos por nuestra falta de voluntad para hacer ejercicio es tan sorprendente como sorprendernos de no poder respirar el oxígeno del agua. Hemos evolucionado para no hacerlo. En lugar de culparnos, deberíamos repensar nuestra forma de abordar la actividad física en general.
La solución no es inscribirse en más gimnasios ni hacer planes de entrenamiento más estrictos. Se trata de reintroducir el movimiento en nuestras vidas de maneras que resulten naturales. Pequeños cambios pueden marcar una gran diferencia
Algunas ideas para reintroducir el movimiento natural:
- Estacione más lejos de la entrada.
- Tome las escaleras en lugar del ascensor.
- Camine o ande en bicicleta en lugar de conducir distancias cortas.
- Saca a pasear a tu perro durante más tiempo
- Escuche audiolibros mientras pasea por su casa, su patio o su vecindario.
- Consigue un escritorio en el que puedas trabajar de pie.
- Realice pequeñas tareas domésticas como barrer, pasar la aspiradora o hacer jardinería con regularidad.
- Estírate o haz ejercicios ligeros durante los espectáculos o mientras estás en una llamada telefónica o por Zoom.
- Configure un temporizador para recordarle que debe levantarse y moverse cada 30 minutos.
- Únase a una liga deportiva recreativa o a un grupo local de caminatas.
- Utilice un rastreador de actividad física para establecer y alcanzar objetivos de pasos diarios.
- Juegue juegos activos con sus hijos o amigos
- Baila como si nadie te estuviera viendo mientras cocinas o limpias.
Los humanos no evolucionamos para hacer ejercicio, evolucionamos para movernos. Si repensamos cómo integramos el movimiento en nuestras vidas, podemos mejorar nuestra salud sin luchar contra nuestros instintos. El objetivo no es convertirse en un fanático del ejercicio, sino redescubrir la alegría del movimiento y sentir la necesidad de ir a todas partes más a menudo.
Bien, pero también sabemos que mucha gente empieza a hacer ejercicio aunque no le guste y termina gustándole ¿a qué se debe esto? Lo explico en la próxima newsletter.