Desde hace unas décadas, sabemos que cuando llevamos una alimentación baja en carbohidratos o hacemos ejercicio en ayunas, somos capaces de oxidar grasas como sustrato energético a intensidades relativamente altas.

La plasticidad y capacidad de adaptación de la fisiología humana es enorme. No deja de sorprendernos como somos capaces de cambiar nuestro funcionamiento endógeno para adaptarnos al medio. Algunos sujetos que llevan una alimentación baja en carbohidratos de carbono pueden oxidar principalmente grasas a intensidades de hasta un 75% – 80%.

En este estudio, observaron que los atletas adaptados a una dieta cetogénica oxidaban casi el doble de grasa que los atletas con una dieta alta en carbohidratos durante una competición de tres horas.

Esto podría suponer una ventaja en deportistas, ya que oxidar más grasas a mayor intensidad supone un ahorro de glucógeno (la cantidad de glucógeno que podemos almacenar es reducida, algo que no pasa con la grasa almacenada) lo cual llevaría a un retraso en la aparición de fatiga periférica (si es que esta existe).

Sin embargo, esta aparente ventaja metabólica no es tal por varios motivos.

Lo primero es que el metabolismo oxidativo no funciona como un ON/OFF, todos los sustratos entran a la vez. Además, si precisamente lo que buscamos es ahorrar el uso de glucógeno, lo ideal es competir con este totalmente repleto. Una tentación sería llevar una dieta baja en carbohidratos y luego hacer carga de los mismos de cara a una competición, pero se aprecia una disminución en la capacidad de usar glucógeno muscular como fuente de energía usando esta estrategia.

Una reducción en la disponibilidad de glucógeno muscular (debido al agotamiento progresivo del glucógeno y, por lo tanto, a un flujo glucolítico reducido) regula a la baja la actividad de la piruvato deshidrogenasa (PDH), lo que conduce a una reducción de la oxidación de CHO. La regulación de la PDH parece particularmente sensible al estado nutricional, incluso en reposo. de hecho, sólo 3 días de una dieta baja en CHO (pero con mayor grasa) regula la actividad de la PDH a la baja.

Es por este motivo que una dieta crónica baja en hidratos de carbono empeora la flexibilidad metabólica.

Por otro lado, no podemos confundir aquello que es capaz de hacer el ser humano como resultado a una adaptación obligada, con la situación óptima para realizar una prueba. Que seamos capaces de oxidar más grasa a más intensidad no significa que sea el estado óptimo, sino que nos adaptamos frente a la adversidad. Como decía John Hawley: “No dan medallas de oro por oxidar más grasa”.

Pongamos un ejemplo, exagerado por ser una patología, pero sirve como ilustración. En un estudio reciente (Rodriguez-Lopez et al 2022) en sujetos con la enfermedad de McArdle (no pueden usar el glucógeno como fuente de energía), se comprobó que pueden oxidar grasa casi al máximo de su intensidad (imagen 5). Si esto fuese una ventaja, estos sujetos serían fieles candidatos a ganar el Tour de Francia o batir el récord de maratón. Sin embargo, pese a esa capacidad única de oxidar grasas, su tolerancia al ejercicio es baja y su VO2 pico fue más bajo (la mitad) que los sujetos sanos.

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