El curso normal del envejecimiento modifica los rasgos faciales armoniosos, simétricos y equilibrados que observamos en la juventud. Aparecen arrugas y pliegues, variaciones en el tono y textura de la piel y los tejidos blandos comienzan a distribuirse desordenadamente. Esto no sólo repercute en el atractivo físico, sino que también influye en la autoestima al tener efectos psicológicos, emocionales y sociales. El envejecimiento facial y la forma en que nos vemos unos a otros puede afectar a las relaciones interpersonales al influir en los rasgos de carácter o personalidad percibidos o al contribuir a proyectar erróneamente emociones (...)
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